Sí, yo he participado en disturbios callejeros, he montado barricadas, he tirado piedras a la policía, he arremetido contra sucursales de entidades financieras, etc. Voy a contar aquí las circunstancias en que se produjeron esas actuaciones y la valoración que me merecen a día de hoy.
En mi “época” no se producía tanto como ha sido habitual a posteriori los ataques puntuales sobre ciertos intereses sino que se producían algaradas generalizadas en nuestras ciudades, fundamentalmente en las zonas antiguas de las ciudades, que se veían envueltas en barricadas, fuegos, pelotazos, carreras, etc. Bien, pues un servidor, participó muchas veces en esos sucesos; era algo “habitual” para un joven independentista y de izquierdas. Sí, uno tiene muchos intereses en la vida y, entre ellos, sin ser el principal, está el interés por la política. Generalmente las algaradas se producían tras la pertinente manifestación (cada semana había algo sobre lo que protestar) aunque en alguna ocasión el acontecimiento no parecía tener relación con la política: sí, cómo no recordar aquellas “procesiones” ateas que se celebraban en mi ciudad durante la semana santa (¡qué tiempos aquellos!) y que concluían con la quema de algún símbolo religioso en pleno centro de la ciudad a la espera de la llegada de la policía... y si no llegaba se le iba a buscar a comisaría con los pertinentes cócteles molotov que daban comienzo a la noche de “follón”. Cualquier excusa era buena para seguir el lema “caña a España” (como es sabido no tengo nada contra ese país, por otra parte maravilloso, sólo quiero que me respeten, que no me impongan su nacionalidad).
Aunque este último ejemplo pueda dar una imagen equivocada no se trataba de gamberrismo porque al final lo que se buscaba era el enfrentamiento con las “fuerzas de ocupación” españolas, es decir, tenía un calado totalmente político. Sí, puede que con el ímpetu de la juventud uno se dejase llevar por cierto “radicalismo”, incluso atracción por la violencia, cierto componente nihilista que se da en esa edad y que puede hacer pensar que ya que el mundo es una mierda y hay que rehacerlo no pasa nada por arrasarlo y quemarlo todo... pero en fin, eso son motivos muy secundarios porque, como digo, lo que se quería expresar era una posición política de no sumisión a la imposición española que en aquellos acontecimientos se concretaba en hacer ver a la policía española que aquí no los queríamos, ¿o acaso a alguien le gusta que alguien con armas llegue a su país y le imponga una nacionalidad extranjera? Pues bien, uno consideraba que la situación política exigía el empleo de esos medios así que, además de otras actividades políticas, era habitual esa forma de luchar en la calle contra España.
Con el paso del tiempo uno se atempera y refrena sus ímpetus juveniles pero, por encima de todo, uno reflexiona y llega a conclusiones. ¿Qué pienso a día de hoy? En primer lugar que no se olvide el orden de las prioridades: la violencia tiene que desaparecer pero no hay que olvidar que es consecuencia, injustificada pero consecuencia, de un conflicto político que hay que resolver: en el País Vasco se produce una situación de injusticia causada por un Estado que limita los derechos de cientos de miles de personas, así que no nos quedemos en las consecuencias y vayamos al fondo del asunto, a resolver políticamente un problema político y acordar un escenario democrático en el que todos los vascos podamos sentirnos a gusto y todos los derechos sean respetados. A pesar de ello considero que no es lícito el empleo de medios violentos como contestación a España. A ver, que nadie se equivoque: hoy más que nunca está vigente el “jo ta ke independentzia lortu arte”, el seguir luchando hasta conseguir la independencia, pero seguir luchando por medios pacíficos y democráticos. El empleo de la violencia sólo es necesario en caso de defensa propia y aunque la agresión española a los derechos de cientos de miles de vascos es tremenda no tenemos que responderles con violencia, no es éticamente aceptable, la violencia no puede ser un recurso para conseguir objetivos políticos. Con esto queda todo dicho pero además es que la violencia no ayuda a conseguir los objetivos pretendidos sino que los aleja más ya que divide a la sociedad e impide la unión de todos los partidarios de la libertad del País Vasco.
¿Qué hacer entonces? Por supuesto que de ninguna forma podemos resignarnos al nacionalismo español del PSOE y PP, dos caras de la misma moneda, sino que tenemos que hacer política con inteligencia para conseguir que respeten nuestros derechos. Por de pronto la desaparición de la violencia posibilitaría la unión de todos los que apostamos por la libertad que, como es sabido, siempre hemos sido mayoría. Está claro que con eso posiblemente no sería suficiente frente a la imposición española sino que habría que idear planteamientos para conseguir que todos los vascos vivamos en igualdad de derechos, lo cual puede ir por la desobediencia civil, resistencia pacífica, nula cooperación con el Estado, ¿huelgas de hambre?... cualquier instrumento que sirva para conseguir que el futuro de nuestro país lo decidamos entre el conjunto de los ciudadanos, no como ahora en que los españoles, sea cual sea nuestra opinión, nos imponen por las buenas o las malas su política.
Lo dicho, no estamos en una situación tan desesperada que exija recurrir a la violencia, hay que conseguir los objetivos políticos por medios políticos. Ánimo, que somos muchos y luchamos en defensa de unos derechos justos e inalienables, así que a seguir luchando con ahínco por un País Vasco en que se respeten tanto los derechos individuales de los ciudadanos como lo que decida democráticamente el conjunto de la sociedad.