¿Quien no es de izquierdas a los dieciocho años no tiene corazón? ¿Quien sigue siéndolo a los cuarenta no tiene cabeza?
Es un dicho antiguo el que encabeza esta entrada en el blog y sí puede tener parte de razón ya que con dieciocho años casi todos hemos soñado con un mundo mejor, para lo cual es evidente que hay que cambiar muchas de las facetas de nuestra sociedad. Dado el ímpetu propio de la juventud a veces esas ansias de justicia llevan hasta ver necesario hacer la revolución.
Bueno, he de reconocer que lo anterior puede ser comprensible pero también es cierto que el paso de los años le hace a uno ver las cosas con más templanza, al fin y al cabo la juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo. A ver, no es que hayamos renegado de nuestros ideales sino que creemos que han de ser llevados a cabo de otra forma. Hago por tanto desde aquí un llamamiento a la juventud vasca para que nos deje gestionar a nosotros, a quienes tenemos experiencia, la consecución de la justicia en nuestra sociedad. Eso sí, lo anuncio desde ya para que nadie se lleve a engaño: si hace falta se hace la revolución... pero de salón, es decir, que todo cambie... para que todo siga igual.
Esto es, con las cosas del comer no se juega: es muy bonito tener nuestra casita, coche, y demás propiedades como para ponerlas en juego ahora. Venga, reconozcámoslo: cuando gritábamos aquello de “burgueses, os quedan pocos meses”, en realidad no es que quisiésemos acabar con ellos sino ocupar sus puestos (jajaja). Como siempre se ha dicho, “los experimentos con gaseosa”, así que ocupémonos de hacer que la economía funcione, para lo cual no hay otra receta que estabilidad, control de la inflación, ajuste del gasto público y, cómo no, libertad de mercado. Hay poco margen de juego ahí, está más que probado que medidas demagógicas como subir los impuestos a los ricos sólo consigue hacer disminuir la recaudación, justo lo contrario que sucede al bajar los impuestos para quien genera riqueza.
¿Que otro mundo es posible? Seguramente sí pero puesto que está visto que en el tema económico hay poco que hacer podemos decantarnos por otras áreas: hagamos políticas avanzadas en temas sociales, culturales, educativos, destinemos menos recursos a los gastos militares, hagamos políticas de igualdad de sexos, de igualdad de derechos para todas las opciones sexuales, disminuyamos la influencia de las religiones en la vida pública y dejémoslo para el ámbito privado, respetemos el medio ambiente ... pero con límites, claro está. Es decir, si quitamos las centrales nucleares habrá que colocar miles de molinos de viento de treinta metros encima de nuestros tejados para generar la misma energía, ¿no?
Lo dicho, no hemos claudicado de nuestros principios y seguimos estando más cerca de los dieciocho que de los cuarenta años. ¡Viva la Revolución!
Actualización: Por supuesto, que nadie dude que la independencia del País Vasco sigue siendo prioritaria, en eso nos vamos reafirmando con el paso de los años.
Bueno, he de reconocer que lo anterior puede ser comprensible pero también es cierto que el paso de los años le hace a uno ver las cosas con más templanza, al fin y al cabo la juventud es una enfermedad que se pasa con el tiempo. A ver, no es que hayamos renegado de nuestros ideales sino que creemos que han de ser llevados a cabo de otra forma. Hago por tanto desde aquí un llamamiento a la juventud vasca para que nos deje gestionar a nosotros, a quienes tenemos experiencia, la consecución de la justicia en nuestra sociedad. Eso sí, lo anuncio desde ya para que nadie se lleve a engaño: si hace falta se hace la revolución... pero de salón, es decir, que todo cambie... para que todo siga igual.
Esto es, con las cosas del comer no se juega: es muy bonito tener nuestra casita, coche, y demás propiedades como para ponerlas en juego ahora. Venga, reconozcámoslo: cuando gritábamos aquello de “burgueses, os quedan pocos meses”, en realidad no es que quisiésemos acabar con ellos sino ocupar sus puestos (jajaja). Como siempre se ha dicho, “los experimentos con gaseosa”, así que ocupémonos de hacer que la economía funcione, para lo cual no hay otra receta que estabilidad, control de la inflación, ajuste del gasto público y, cómo no, libertad de mercado. Hay poco margen de juego ahí, está más que probado que medidas demagógicas como subir los impuestos a los ricos sólo consigue hacer disminuir la recaudación, justo lo contrario que sucede al bajar los impuestos para quien genera riqueza.
¿Que otro mundo es posible? Seguramente sí pero puesto que está visto que en el tema económico hay poco que hacer podemos decantarnos por otras áreas: hagamos políticas avanzadas en temas sociales, culturales, educativos, destinemos menos recursos a los gastos militares, hagamos políticas de igualdad de sexos, de igualdad de derechos para todas las opciones sexuales, disminuyamos la influencia de las religiones en la vida pública y dejémoslo para el ámbito privado, respetemos el medio ambiente ... pero con límites, claro está. Es decir, si quitamos las centrales nucleares habrá que colocar miles de molinos de viento de treinta metros encima de nuestros tejados para generar la misma energía, ¿no?
Lo dicho, no hemos claudicado de nuestros principios y seguimos estando más cerca de los dieciocho que de los cuarenta años. ¡Viva la Revolución!
Actualización: Por supuesto, que nadie dude que la independencia del País Vasco sigue siendo prioritaria, en eso nos vamos reafirmando con el paso de los años.